Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: noviembre 2010

lunes, 29 de noviembre de 2010

La Insobornable Contemporaneidad parió un ratón

Esta vez la Insobornable Contemporaneidad fue por lana a Guadalajara y salió trasquilada. Ocurrió ayer en la Guadalajara mejicana, pero hubiera sido igual en la Guadalaxara mexicana, e incluso en la castellana.

El caso es que, como titula El País, las academias del español acordaron allí por unanimidad mantener la ortografía "con nuevas recomendaciones de uso", que "no coscorrones".

(véase en El País de hoy La b sigue siendo b, http://www.elpais.com/articulo/cultura/be/sigue/siendo/be/elpepicul/20101129elpepicul_2/Tes).

O sea, que, como previó Cervantes, siempre tan profético, la Insobornable Contemporaneidad

Miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Pues, ya saben ustedes, "las novedades polémicas solo estuvieron en borradores de trabajo". Claro que -por si acaso- El País escribe solo y no sólo.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Más Insobornable Contemporaneidad

Cuando el lector medio del País y alguien con fama de oso de las cavernas como yo están de acuerdo, algo suyo se quema, Señor Progre.

Me refiero a la polémica sobre la nueva reforma ortográfica. A las 9 de hoy viernes 26, tan sólo 10 de cada 100 votantes del diario El País están de acuerdo con todos los cambios ortográficos que se avecinan, y 56 de cada 100 no están de acuerdo con ninguno. Una mayoría que cualquiera querría para sí en las lides democráticas. Véase aquí el resultado puesto al día:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/i/griega/llamara/ye/elpepucul/20101105elpepucul_9/Tes

Claro que también está en la mayoría democrática un distinguido académico y emérito lingüista como es don Francisco Rodríguez Adrados; véase Esa desgraciada letra griega, en el ABC de anteayer, 24 de Noviembre:

http://www.abc.es/20101124/latercera/desgraciada-letra-griega-20101124.html

Y asimismo se coloca resueltamente en el bando democrático mi amigo y compañero el Embajador de España don Mariano Ucelay, que escribió esta carta al diario El Mundo, publicada el 8 de Noviembre:

Señor Director:

Juro por mi honor no acatar ni una sola de las groseras simplificaciones y las degradantes innovaciones ortográficas con que la RAE -¿es aún merecedora de mayúsculas, incluso en sus siglas?- se apresta a atentar contra la dignidad de nuestro augusto idioma, del que, por cierto, no es dueña ni administradora (aunque tal parezca creerse).

E invito, a quienes con mejores títulos -y mayor capacidad de convocatoria- puedan hacerlo, a levantar bandera de rebelión en defensa de nuestra lengua española y sus señas de identidad; y a cuantos por profesión, afición u oficio, por obligación o por devoción, hacen de ella uso escrito público o privado (literatos y editores, maestros y discípulos, periodistas y fedatarios, jueces y letrados, estudiosos y ensayistas, pensadores y simples cultivadores del género epistolar) llamo desde aquí a secundar, por activa y por pasiva, esta rebelión.

Y a propósito: es posible que la rae, o la RAE, llegue a conseguir un “cuórum” de silencios aquiescentes que le permita llevar adelante su nefasto proyecto. Lo que ciertamente nunca conseguirá es… quórum.

Atentamente,

Mariano Ucelay de Montero, Embajador de España.


Así es que, parafraseando a Shakespeare, la filología -que quiere decir ni más ni menos que el amor a las palabras- hace extraños compañeros de cama.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Omnes vulnerant, ultima necat

A raíz de la publicación de una cita de Georges Dumézil en esta bitácora, Joaquín Torrente García de la Mata me comentó muchos aspectos de la vida y muerte del gran sabio francés. Le pedí que nos los escribiese. He aquí su ensayo sobre el poder mortífero de la calumnia, el arma de los débiles y cobardes. Por eso en la República de las Letras abunda tanto, sobre todo la calumnia anónima.

Entradas relacionadas:
Más sobre Georges Dumézil
La cabeza de la Hidra
Auto de fe

AUTO DE FE

por Joaquín Torrente



Leíamos hace algún tiempo en este foro una cita del libro “Entretiens avec Georges Dumézil”, editado por Didier Eribon en 1987, un año después de la muerte del lingüista. Algunos años más tarde, en 1995, Eribon publicó otra obra bajo el curioso interrogante “Faut-il brûler Dumézil?”. Y es que no otra cosa es lo que llevaban haciendo con él desde poco antes de su muerte un puñado de renacidos inquisidores, voceros de injurias, que le acusaban de haber sido germanófilo en su juventud, simpatizante con el nacionalsocialismo, y de haber hecho desaparecer oportunamente, una vez terminada la Guerra, los ejemplares incriminatorios de su libro “Mythes et Dieux des Germains”, escrito en el año 1937. Cuando se hizo pública por primera vez la condena, Dumézil quiso replicar y puntualizar los hechos. Por dos veces -contaba Eribon- desmontó la argumentación de sus detractores, exhibió documentos, demostró, en suma, que nadie, en el momento de la publicación de esa obra, había encontrado en ella el material delictivo que ahora se aireaba. El problema, seguía diciendo Eribon, es que da la impresión de que nadie leyó sus respuestas, que pocos se hicieron eco de su defensa, e incluso queda la duda de si tal vez esta reacción contribuyó a alimentar la polémica. En 1995 podía su biógrafo escribir que “Dumézil había muerto sin haber convencido, y que era imposible hablar de su obra sin aludir a este estigma de infamia clavado en el corazón de su obra”. Pues no era tan sólo la persona de Dumézil la sospechosa de filonazismo, sino su labor entera: sesenta y cinco años de trabajo podían quedar reducidos a escombros por la suposición de que los Indoeuropeos a los que había consagrado su vida de investigador no eran otros que los Arios, la raza superior exaltada por el nacionalsocialismo.



Resulta indispensable pasar revista a los acusadores y examinar el pliego de cargos.



Abrió fuego en primer lugar el profesor universitario italiano Arnoldo Momigliano (Piamonte 1908 – Londres 1987), promotor y cultivador de la historia de la historiografía, ciencia de reciente cuño. Momigliano llevaba años marcando distancias académicas, formulando pequeñas objeciones y reparos a las tesis de Dumézil en frases aisladas y con diversos motivos, aunque sin plantear un debate académico riguroso. Fue en el curso de un seminario que organizó en la Scuola Normale Superiore de Pisa en 1983 bajo el título de “Aspetti dell'opera de Georges Dumézil”, y en una publicación posterior (“Premesse per una discusione su Georges Dumézil”)donde afirmó sin rodeos que la obra antes citada sobre mitos y dioses de los germanos, “porta chiare traccie di simpatia per la cultura nazista”. Momigliano oficiaba así -hecho insólito- ante un auditorio académico un auto de fe invocando las amistades juveniles de Dumézil -Charles Maurras y Pierre Gaxotte- y utilizaba frases aisladas de un libro para denigrar una obra entera y desacreditar a un, hasta entonces, respetado especialista. Paradójica actitud en quien había militado en el Partido Fascista, colaborado con regularidad en la revista “Roma”, y redactado la entrada sobre, precisamente, la Roma Imperial en la “Enciclopedia Italiana” de 1936. Es cierto que Momigliano, hebreo, fue expulsado del partido y emprendió el camino del exilio tras la publicación de las leyes racistas en Italia, pero también lo es que nadie había puesto en tela de juicio su evolución ideológica con el sectarismo que él descargaba sobre el colega francés. Dumézil tuvo tiempo de replicar a su olvidadizo acusador, ironizando sobre la expresión antepasados arios, utilizada por el italiano, y haciendo ver que él no había hablado más que de antepasados indoeuropeos. La precisión era irrelevante: Dumézil desconocía, sin duda, la toxicidad del ataque y la virulencia de la campaña que estaba iniciándose.



Fue, algún tiempo después, otro italiano, Carlo Ginzburg, quien, sin apenas documentación ni labor alguna investigadora, sobre la base de simples suposiciones, insinuaciones, conjeturas, hechos mal establecidos y apriorismos lanzó idéntica sospecha sobre la persona y la obra de Dumézil en un artículo (“Mythologie germanique et nazisme. Sur un ancien livre de Georges Dumézil”, 1984) que fue convenientemente amplificado y difundido por los Annales, órgano oficial de esta singular escuela historiográfica francesa. Ginzburg estudiaba “Mythes et Dieux des Germains” tratando denodadamente de situarlo en un contexto racista y de interpretar sus más anodinas e inocentes expresiones con claves torvas y buscando siniestros significados, a pesar de encontrarse con el obstáculo notable de que el libro había sido comentado favorablemente por Marc Bloch, en quien se unía la triple condición de judío, resistente y haber muerto fusilado por los nazis.



El tercero en sumarse a los acusadores fue Bruce Lincoln, universitario americano, quien, en su artículo “Death, War and Sacrifice, review of Dumézil's 'L'oubli de l'histoire et l'honneur des dieux' ” puso en circulación un nuevo cargo, particularmente grave. Lincoln escribió que cuando Dumézil, a la sazón residente en Turquía, hablaba en 1927 de “quelques faux massacres” (refiriéndose a sucesos tan remotos como el crimen de las lemnias según el mito griego, la muerte de los persas en el Libro de Ester o la desaparición de los guerreros a manos de un brahmán en tradiciones de la India antigua), lo que en el fondo pretendía era ofrecer un modelo de justificación intelectual al genocidio armeno a manos de los turcos. La amistad íntima con Pierre Gaxotte y la admiración intelectual por Charles Maurras confirmaban y agravaban la suposición. Dumézil pudo leer el artículo de Lincoln antes de su publicación en el Times Literary Supplement de 3 de octubre de 1986, y escribió al autor a través de Daniel Dubuisson para puntualizar algunos extremos. El 9 de octubre, todavía pedía Dumézil a Dubuisson que obtuviera del americano la corrección de algunos párrafos, pero fue demasiado tarde. Ese mismo día recibía el ejemplar del TLS y fallecía apenas dos días más tarde. La calumnia, afirmó el lingüista y arqueólogo Bernard Sergent, terminó con su vida.



Las acusaciones, pese a resultar cada vez más improbables y grotesas, siguieron sucediéndose. En 1991, la periodista Blandine Barret-Kriegel escribía en Libération que “Mythes et Dieux des Germains” había desaparecido misteriosamente de las librerías tras la Guerra. La autora sostenía que la obra pertenecía al género de textos que había saludado con fervor la invasión de Francia por las tropas de Hitler. Algunos días más tarde, Claude Lévi-Strauss obtenía en préstamo el libro del Collège de France, y por su parte Eribon lo encontraba en una decena de bibliotecas consultadas al azar. Ello demostraba que Dumézil, lejos de ocultar su obra, había continuado enviándola a instituciones y universidades terminada la contienda. La fuente de Barret-Kriegel parecía ser un estudio de Daniel Lindenberg sobre el pensamiento francés en los años treinta y cuarenta en el que tajantemente escribía que “En 1939 Dumézil fait paraître aux PUF un petit livre intitulé “Mythes et Dieux des Germains” où est exprimé en toutes lettres l'espoir de voir Hitler remythyser l'Allemagne”. Como en casos anteriores el autor no aportaba ninguna cita, ningún extracto, ninguna referencia, e incurría en inexactitudes palmarias. Pero la calumnia siguió extendiéndose, y parecidas acusaciones reaparecieron en la obra de Cristiano Grotanelli “Ideologie, Miti, Massacri, Indoeuropei di Georges Dumézil” (1993).


Es verdad que el tiempo hace muchas veces justicia. Quien acuda ahora a una fuente tan accesible y consultada como Wikipedia tendrá muchos más elementos objetivos de juicio sobre Dumézil que quien intentara saber algo sobre este lingüista en los años finales del pasado siglo. Pero también lo es que ahora mismo resulta imposible escribir sobre Dumézil sin referirse a esta artificial e interesada polémica, y que no deja de ser irritante, por su iniquidad, el método inquisitorial que se utiliza. Como dice Eribon, no se exige ninguna prueba a quien acusa; la demostración de la inocencia corresponde al imputado. Y paralelamente, ningún documento, ninguna justificación, ningún argumento de defensa sirve para refutar la incriminación: quien lanza la acusación ha decidido de antemano los términos del debate y encierra al contrario en un círculo predefinido del que le resulta imposible escapar. Arios, nazismo, fascismo, extrema derecha, exterminio son palabras recurrentes y presuponen ya la condena. Alain de Benoist pudo hablar, con razón, de un método deductivo que bautizó como la Reductio ad Hitlerum.



Consiste este método en someter a juicio comportamientos de los años veinte y treinta del Siglo XX con la vista puesta en lo que sucedió una o dos décadas más tarde. Falacia deductiva que, en el caso de nuestra historia, pasa por alto situaciones extremadamente complejas –invasión de Francia, entrega del poder al Mariscal Pétain, aceptación posterior por éste de una política de colaboración, proclamación del General de Gaulle, desembarco aliado en el Norte de África y ocupación por Alemania de la presunta zona libre, liberación de Francia, victoria aliada- y hace tabla rasa de posibles matices, situando en planos iguales y cubriendo de abyección e infamia a personajes escasamente equiparables y cuyas trayectorias son personalísimas y dispares.



El tribunal acusador se aferra a la veneración que Dumézil profesaba a Maurras en los años veinte y salta de allí a la condena de éste por colaboracionismo en 1945, para llegar a la conclusión indubitada de que la obra del lingüista está impregnada de pronazismo. En suma, como si el que Dumézil admirara a Maurras en su juventud implicara una identidad ideológica entre los dos en los años 40, o, más aún, como si la actitud de Maurras tras el armisticio identificara a ambos, y a Pierre Gaxotte, con el nacionalsocialismo. Los hechos son otros. Hacia 1920 Pierre Gaxotte, secretario político de Maurras y redactor jefe de Candide presentó a Dumézil y Maurras. Dumézil y Gaxotte eran alumnos de la École Normale Supérieure, y ambos habían obtenido su correspondiente agrégation: Gaxotte la de historia en 1918 y Dumézil la de letras en 1920. Fueron amigos íntimos durante más de tres cuartos de siglo; amistad que el lingüista evocaría, en el umbral de su muerte, como “une entente à la fois spontanée et délibérée qui se jouait des différences de nos caractères -lui droit et fidèle, moi plus ondoyant et plus aventureux”. Inicialmente Dumézil colaboró en el secretariado de Maurras y publicó algunos artículos en la Revue Universelle; su correspondencia con el pensador monárquico no destaca, ciertamente, por su copiosidad ni por su calado. La admiración por Maurras, por otro lado, fue fenómeno común en la juventud de su época; basta repasar la historia de las ideas políticas en Francia para comprender cuál fue la dimensión de su influencia intelectual; François Mauriac, Jacques Maritain, Jacques Bainville, Georges Bernanos, Léon Daudet, Thierry Maulnier y el propio Charles de Gaulle formaron parte, en algún momento, de su órbita. Volviendo a nuestros dos normaliens, su ideario era el propio de una derecha tradicional, nostálgica del Ancien Régime, hostil a la inestabilidad parlamentaria, favorable al corporativismo político, deslumbrada por los éxitos políticos, económicos y sociales de Mussolini en Italia, recelosa del enemigo secular alemán y sin la menor simpatía por el nacionalsocialsmo.



Y es que, de ser algo, la Action Française era radicalmente anti-alemana. Desde antes de 1933, Maurras y sus seguidores habían denunciado el peligro que suponía para Europa la persona y la ideología de Hitler y no habían cesado de preconizar una política de firmeza y de rearme frente a Alemania. La obra de Jacques Bainville “Les conséquences politiques de la paix” (1920) vaticinaba, con milimétrica precisión, la evolución política de la nación alemana sin ahorrar detalle: el retorno de Hindenburg, la instauración de una república social-nacional (sic), la política de expansión territorial y el inevitable conflicto europeo. Gaxotte, que había visitado Alemania con motivo de la preparación de su obra sobre Federico II de Prusia, había abandonado a su regreso en 1937 la dirección del semanario Je Suis Partout, donde sus editoriales se habían opuesto desesperadamente a los de Robert Brasillach, abiertamente prohitleriano, y publicado en La Nation Belge un sinfín de artículos propugnando el rearme y la alianza con Inglaterra para hacer frente al enemigo alemán. “Entre le bolchevisme et le hitlerisme, il y a beaucoup moins de différences qu'entre le bolchevisme et la monarchie anglaise. La révolution allemande s'est accomplie dans un pays qui était en avance de plusieurs siècles sur la Russie des tsars. L'expérience de socialisation s'accomplit à un niveau supérieur, sur un peuple depuis longtemps dressé à une exacte discipline et qui a le fonctionnarisme dans le sang. Hitler est aussi antibourgeois et aussi anticapitaliste que Stalin. Le Géorgien ne bat l'Autrichien que par la virulence de son antisémitisme” (1939). En fin, Maurras, en el prólogo a “Devant l'Allemagne éternelle” (1937) escribía también que “le racisme hitlérien nous fera assister au règne tout puissant de la horde”.


Hay un momento crucial -y trágico- en esta historia que es aquel en que la Action Française deja de ser un movimiento ideológico y desciende al terreno de la acción política. Tras la invasión alemana y la capitulación, Maurras decidió apoyar al Estado, para él encarnado en el poder de Vichy, y enfrentarse a la Resistencia. Acogió como una divine surprise -la cita no es literal pero ha hecho fortuna por resumir bien su disposición- la demolición de las estructuras políticas de la III República y la instauración de un régimen con acentos corporatistas. Sus discípulos partieron en desbandada; algunos hacia la resistencia, otros al ostracismo, muchos hacia la colaboración desvergonzada sin captar el matiz, ciertamente inaprehensible, que hacía el provenzal entre colaboración y colaboracionismo; entre lealtad a Pétain y resistencia al invasor. Gaxotte reclamó de Maurras que la Action Française interrumpiera su publicación. Maurras contestó:



“Ce n'est pas moi qui ai nommé le Maréchal Pétain Chef de l'État. Si l'Assemblée Nationale s'en était remise à moi, j'aurais fait la Monarchie. Il faut un État français pour empêcher la France de tomber dans l'anarchie. Je soutiens Pétain, comme j'ai soutenu tous les gouvernements pendant la Guerre 1914-1918”. Gaxotte, desalentado, le replicó: “Tout cela sera balayé dès que les Anglais et les Américains auront débarqué”. Y el historiador, como recuerda Eribon, buscado por la Gestapo, huyó de Clermont Ferrand y no fue mínimamente cuestionado tras la Liberación.



¿Qué hizo, en estos años, Dumézil”. “Plus ondoyant et plus aventureux”, como él mismo se define, en 1925 lo encontramos en Turquía, profesor en la Universidad de Estambul, en una Cátedra de Historia de las Religiones creada por Atatürk. En 1931 obtiene un puesto de lector en la Universidad de Uppsala, en Suecia, donde se familiariza con la mitología escandinava. Vuelve en 1933 a Francia y compagina sus actividades académicas con la crónica de periodismo político en Le Jour; sus crónicas, bajo el pseudónimo de Georges Marcenay, vuelven al esquema que ya conocemos: Francia precisa un Estado poderoso, similar al que existe en Italia, un régimen fuerte que haga frente al pangermanismo. Aunque reprueba los ataques a la libertad de prensa y los intentos de aproximación del Duce a Hitler, Dumézil se exalta cuando las tropas italianas, concentradas en el Brenner, protegen en 1934 al régimen corporativista de Dollfuss de las amenazas de Hitler. Anticomunista y antibolchevique declarado, Dumézil-Marcenay condena también decididamente el racismo ario y el antisemitismo alemán. Todo lo cual prueba, como dice Eribon, que el hecho de que Dumézil fuera en esos años monárquico y antiparlamentario, que desconfiara de las doctrinas democráticas y admirara el movimiento fascista –en lo cual coincidía con muchos intelectuales, economistas y pensadores de derecha y de izquierda- en ningún caso lo convierte en antisemita, nacionalsocialista ni contamina su obra científica.



En 1935 Dumézil dejó el periodismo político y obtuvo una cátedra en la École des Hautes Études gracias a Silvain Lévy y –otra vez- a su amigo Gaxotte quien consiguió de Georges Mandel, ministro, desbloquear su situación académica. Tiene lugar en ese momento un nuevo giro en la trayectoria de Dumézil. En 1936 profesa en una logia masónica, en la que permanece hasta su movilización en 1939. Agregado al Ejército de Oriente y destinado a Turquía experimenta allí un proceso de conversión religiosa bajo la influencia de un dominico francés. El desastre militar y la entrada de los alemanes en París hacen superflua su presencia en Asia; Dumézil vuelve a Paris y cae sobre él la legislación de Vichy que dispone la disolución de las logias y la depuración de sus integrantes. Pierde en 1941 sus credenciales académicas que recuperará poco después, en 1943, gracias principalmente a la mediación del ministro –y reconocido romanista- Jerôme Carcopino. Reincorporado a la École des Hautes Études en el 43 enseñará en ella hasta su jubilación en 1968.



Eribon llama la atención sobre dos hechos. El primero es la separación entre ciencia e ideología, la ausencia de lectura política de los estudios científicos en los años anteriores a la Guerra Mundial. Dumézil pudo integrarse sin dificultad en la comunidad de sabios a pesar de su trayectoria política y establecer vínculos de estima e incluso de amistad con gente como Émile Benveniste y Marcel Mauss, de notoria militancia izquierdista. Fue tras la contienda y, muy particularmente, a partir de los años sesenta, cuando la clasificación ideológica operó en términos de exclusión, y se hizo difícil que los estudiosos de una disciplina cualquiera pudieran convivir, dialogar y discutir sin que la polémica adoptara dimensiones políticas. El segundo, derivado del anterior, es la estanqueidad absoluta entre posición política y opiniones científicas; la trayectoria ideológica de Dumézil carece de reflejo en sus estudios. No es de extrañar que, tras la Guerra, Dumézil fuera objeto de denuncia ante un comité de depuración. No se le acusó de haber exhibido simpatías por el nacionalsocialismo, ni se le reprochó su actitud durante la ocupación, ni se trajeron a colación sus colaboraciones políticas en la prensa; a nadie se le ocurrió invocar en su contra la obra “Mythes et Dieux des Germains”. Únicamente hubo de responder del simple hecho de haber sido rehabilitado en la escala académica por el gobierno de Vichy; examinado el expediente fue confirmado en su puesto académico sin sanción ni reproche alguno. Participó Dumézil en polémicas académicas posteriores, alguna tan virulenta como la que se suscitó con motivo de su elección al Collège de France en una candidatura que le opuso al jesuita Teilhard de Chardin. Y en la que abundaron controversias eruditas y doctrinales, no por este carácter desprovistas de virulencia; es llamativo que ninguna–y hubiera sido el momento de hacerlo- rozara ni lejanamente lo político. Esta cizaña se sembró mucho después, malévola e interesadamente. Por eso invitan a la reflexión las palabras con las que Georges Dumézil quiso cerrar el libro de conversaciones con Didier Eribon.

D.E. Cette polémique vous a-t-elle blessé?

G.D. Non. J'aime la polémique. J'en ai soutenu d'autres, plus dangereuses (…)

D.E. Mais avec Momigliano et Ginzburg, il ne s'agit pas d'une polémique sur vos travaux, mais sur leur présupposés politiques.

G.D. C'est une polémique désolante. De mauvaise foi et en tout cas de mauvaise volonté. Non seulement elle ne m'a pas blessé mais je suis content qu'elle m'ai permis de mettre les choses au point. Content et étonné d'avoir eu à parer des coups si maladroits.

No tan torpes ni tan desencaminados, desgraciadamente para el ilustre profesor Dumézil. Nunca fue más certera la leyenda de los antiguos relojes de sol: Omnes vulnerant, ultima necat.

Entradas relacionadas:
Omnes Vulnerant
Más sobre Georges Dumézil
La cabeza de la Hidra

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Acerca de los parques eólicos

En España se están colocando parques eólicos en sitios muy inapropiados e incluso ilegales: dentro de la Red Natura 2000 o alrededor de paisajes monumentales como Uclés o las crestas montañosas cerca de Ávila. Mientras tanto, las mismas empresas hacen gala de talante ilustrado y verde en otros países. En los Estados Unidos, según un reciente artículo en la publicación ecologista The Nature Conservancy, Iberdrola Renewables aplaude con entusiasmo un plan que, en efecto, parece sensato: hacer mapas de todos los Estados Unidos, que superpongan las zonas de más viento con las zonas más necesitadas de proteger la naturaleza, para escoger los lugares donde menos daño hagan estos parques eólicos. ¿Por qué no muestran igual actitud en España? Diríase que aquí ni las oenegés ecologistas ni los gobiernos regionales o nacionales se muestran exigentes frente a los intereses económicos, con tal de que sean "renovables".

Como la lógica no abunda, ante cualquier reparo que se oponga a la proliferación de los parques eólicos mal emplazados se contesta con la acusación de que toda crítica se debe a quienes están en contra de las energías limpias y renovables. Hay que seguir insistiendo en que los parques eólicos, como las instalaciones solares, y de hecho cualquier forma de generación de electricidad, deben estar situados en lugares adecuados, y de ningún modo es lugar adecuado la bahía de Santander o el último refugio del urogallo en León o las zonas de migraciones de aves. En otros países la opinión pública ha reaccionado contra la evidente contaminación visual, sonora e incluso lumínica que producen los parques eólicos y la tendencia es a colocarlos lejos de la costa.

Para evitar los abusos, casi todos irreparables, debería bastar con que se aplicasen las leyes, puesto que existe un poderoso arsenal normativo para impedir ilegalidades tan palmarias como ésta. Pero en España no faltan leyes, sino voluntad de aplicarlas. Cuando ni siquiera algunas sentencias firmes del Tribunal Supremo se ejecutan, ¿qué cabe esperar? Tan sólo la opinión pública expresándose con determinación y pidiendo eco en los medios informativos podría convencer a los poderes políticos de que perderían votos dejando cometer irregularidades, a los poderes económicos de que a la larga perderían dinero y a la nación española de que la belleza del paisaje también es un activo económico, aunque sólo sea para atraer turismo de calidad. Todo lo demás –razonar sobre deberes históricos de conservar las raíces culturales y naturales de nuestro país– interesa a muy poca gente. Pero incluso eso habrá que argumentarlo, aunque sólo sea en aplicación del melancólico y tenaz principio de “por mí que no quede”.


(Artículo del Marqués de Tamarón publicado en la revista HISPANIA NOSTRA, Nº 1, Septiembre de 2010)

Postdata: Este artículo lo escribí hace tiempo pero tardó en publicarse y acaba de salir ahora. Por eso no aparece mencionada la barbaridad que se pretende hacer en el piedemonte del Guadarrama segoviano, erigiendo una muralla de 225 molinos de 100 metros de altura cada uno. Sobre este torvo empeño encontrarán mucha información en la bitácora Guadarrama sin molinos.