Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: enero 2015

miércoles, 21 de enero de 2015

Botones de muestra XXV

     Es saludable descubrir que uno estuvo equivocado durante medio siglo y poder luego reconocerlo. Este libro, Love's Civil War, me permite pedir perdón a varias sombras y ejercitar un poco la humildad, virtud que escasea entre los escritores tanto como entre los diplomáticos.

     Encargué este libro porque no me había fijado en la cubierta ni en la tipografía del título, ambas cosas algo cursis, ni tampoco había visto la cita, en la portada, del juicio inane del Times: "A delicate, sensual and beautiful affair", errado en los tres adjetivos. Lo compré porque me acordaba de Charles Ritchie, a quien traté un poco en Ottawa, y pese a que nunca había querido leer los libros de Elizabeth Bowen que mi madre tenía en casa, pensando que debían de ser novelas rosas, y eso que mi madre nunca leía ese género. Ritchie me producía curiosidad porque su carrera había sido un ejemplo -único, me parece- de trayectoria diplomática brillante: entre 1954 y 1971 había sido Embajador del Canadá en Alemania, en la ONU, en Washington, en la OTAN y en Londres, sin contar con los otros destinos diplomáticos previos, pero no como jefe de misión, entre 1934 y 1954. En 1981, cuando lo conocí, estaba jubilado pero conservaba una claridad inquietante en sus fríos análisis políticos o literarios; imponía pero no resultaba simpático. Había tenido la mejor formación académica imaginable; después de ir a la universidad en el Canadá estudió en Sciences Politiques en París, luego fue a Oxford y por último a Harvard. Es el único canadiense que yo haya conocido desprovisto por completo de acento de su país, quizá porque era nativo de Nueva Escocia. Su mujer, Sylvia, era callada y observaba todo a través de una nube de humo de cigarrillos.

     Leí el libro de un tirón y cambió mi forma de ver a los protagonistas, que fueron amantes durante 32 años, hasta la muerte de ella. Elizabeth Bowen aparece como una mujer inteligente, alegre, valerosa y, sobre todo, una gran escritora. Charles Ritchie resulta ser un egoísta colosal, tacaño y soberbio, pero extrañamente blando. Todo eso creo que queda claro a la vista de las cartas de la inglesa a su amante y de los extractos del diario de éste. Conviene señalar que al morir ella, volvieron a Ritchie las cartas que él le había escrito, y él las destruyó. Se quedó sin saber qué hacer con las cartas de ella a él, que había guardado cuidadosamente. Al final no las destruyó pero las censuró expurgando meses enteros de correspondencia o páginas de muchas cartas. En cuanto a su diario, están publicados tres volúmenes que no recogen más que el diez por ciento de los textos. Los fui comprando en su día pero se conoce que eliminó cuanto podía tener interés  psicológico o político. No me provocaron mayor interés, aunque ahora estoy tentado de buscarlos y leerlos con ojos más críticos.

     La recopiladora de este volumen, Victoria Glendinning, ella misma una excelente novelista y biógrafa, reconoce que con los mimbres de que disponía subsiste la impresión de que Elizabeth era la que más se esforzaba para mantener vivo ese amor. Pero, con un recurso muy ingenioso, advierte en el prólogo que la clave está en la última frase del libro. Está sacada del diario de Charles escrito el 19 de Diciembre de 1973. Se despierta en Nueva York asqueado de sí mismo, y recuerda angustiado a Elizabeth muerta el 22 de Febrero del mismo año en Londres, acompañada por él. Y escribe:

     "I need to know again from her that I was her life. I would give anything I have to give to talk to her again, just for an hour. If she ever thought that she loved me more than I did her, she is revenged".

     "Necesito saber de nuevo de ella que yo era su vida. Daría cualquier cosa que pueda dar por hablar con ella de nuevo, nada más que una hora. Si ella alguna vez pensó que me quería más que yo a ella, queda vengada".

     Conmueve el patetismo de sus palabras, no exentas de cierta ambigüedad egocéntrica. No cabe duda de que la muerte de su amante fue un golpe muy duro que marcó el resto de su vida. Elizabeth, ya en su lecho de muerte, escribió este poema de Alexander Blok* que entregó a Charles:
I have forebodings of Thee. Time is going -
I fear for all that in Thy face I see. 
The sky's aflame, intolerably glowing;
Silent I wait in love and agony 
And in me thou dost awake a bold suspicion, -
Thy face will change from what it used to be. 
How shall I fall! How sorrowful and lowly,
Unmastered all my mortal fantasy! 
The sky's aflame. Draws near thy splendour holy,
But it is strange. Thy look will change on Thee.
     Renuncio a traducir al español este poema, que sin embargo tiene ecos religiosos y humanos nada ajenos a ciertas corrientes de nuestra poesía. Charles, a juzgar por los restos de su diario que aparecen en este libro tras sobrevivir al menos a tres depuraciones, se consoló repitiendo lo que le había dicho un amigo de ambos, "era una bruja pero una bruja buena". Pero no pareció ayudarle el poema que le entregó poco antes de morir, pues escribió "nunca la veré más en este mundo o en el próximo. Nunca, nunca, nunca. Y ella nunca verá las rosas de nuevo, y lo sabía...".

     Quedan muchas preguntas en la mente del lector de este libro fascinante pero insuficiente. ¿Por qué tanta censura de las fuentes por parte de Charles? ¿Para protegerse él? ¿Para protegerla a ella? ¿Por prudencia política? (tal vez su reacción profesional de diplomático fuese ocultar las actividades de Elizabeth Bowen como espía británica en la República de Irlanda, y sin duda tampoco quiso dar a la imprenta el texto completo de sus voluminosos diarios diplomáticos). Me propongo leer más sobre ambos personajes. Me gustaría saber si el amor de él siempre estuvo viciado por el narcisismo y si ella tenía tanta fe en su amante como parecen reflejar los fragmentos en Love's Civil War publicados.

* Victoria Glendinning parece creer que Elizabeth Bowen era la autora del poema, pero el buscador Google nos saca del error: el autor es Alexander Blok, lo escribió en ruso y fue traducido al inglés por Sir Maurice Bowra, amigo de Elizabeth Bowen. Blok fue un poeta simbolista y tuvo épocas místicas, interrumpidas por un periodo pro-bolchevique que le costó la vida pues el gobierno soviético no lo dejó salir de Rusia para seguir el tratamiento médico que necesitaba. El caso es que este descubrimiento me hace pensar que Elizabeth entregó a Charles un poema religioso. En otras palabras, Thou podría ser Dios, la Muerte o incluso Charles Ritchie, en la mente de Elizabeth Bowen, pero diríase que ésta pensaba en ese momento en Dios y quería que Charles hiciese lo mismo. Pero me quedan dudas. Si yo supiese ruso intentaría traducir la versión original, porque no confío mucho en los conocimientos de Bowra.













Love's Civil War
Elizabeth Bowen and Charles Ritchie
Letters and Diaries
1941-1973
Edited by Victoria Glendinning
Simon & Schuster UK
2009

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXIV): F. Fernández-Armesto
Botones de muestra (XXIII): Charles Powell
Botones de muestra (XXII): Calendario Zaragozano
Botones de muestra (XXI): Stanley Payne
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa
Botones de muestra (XVII): John Elliott
Botones de muestra (XVI): Hugh Thomas
Botones de muestra (XV): Maurice Baring y Javier de Mora-Figueroa
Botones de muestra (XIV): Marqués de Tamarón
Botones de muestra (XIII): Mariano Ucelay de Montero
Botones de muestra (XII): Eugenio d'Ors
Botones de muestra (XI): Paul Johnson
Botones de muestra (X): Enrique García-Máiquez
Botones de muestra (IX): Miguel Albero
Botones de muestra (VIII): Fernando Ortiz
Botones de muestra (VII): Rafael Garranzo
Botones de muestra (VI): Almudena de Maeztu
Botones de muestra (V): Miguel Albero
Botones de muestra (IV): Julio Vías
Botones de muestra (III): Beltrán Domecq y Williams
Botones de muestra (II): Leopoldo Calvo-Sotelo
Botones de muestra: Fernando Ortiz

martes, 13 de enero de 2015

Pasos de Fernando Ortiz

     Siempre buen titulador de libros, Fernando Ortiz acertó de lleno y por desgracia con Pasos que se alejan. Así se llama su libro póstumo subtitulado Antología poética 1978-2013. Tituló la antología aprovechando el epígrafe de un poema contenido en otro libro, de 2007, Último espejo. El poema homónimo termina                    
Con mano de vejez manchada escribe
antes que el tiempo aviente sus cenizas.
     El último poema de este libro póstumo, terceto que Ortiz define como "un homenaje a todos nosotros cuando nos vamos", tiene un tono lírico bien distinto de la melancolía, a veces sombría, de muchos otros de este libro:                    
La Aurora, vestida de blanco,
con sus labios aspira mi aliento
y con ella me lleva hasta el sol.
     Sorprende el súbito cambio de tono en un colofón que, como el resto del libro, aparece como selección del autor. A menudo pensé que, al igual que tantos de nosotros, y pese a sus frecuentes declaraciones de agnosticismo, Fernando Ortiz en su fuero interno llevaba sentimientos y vislumbres diversos. Ahora que lo pienso, nunca hablé con él de Santayana, y no sé si nuestro amigo sevillano fue lector del madrileño-abulense-bostoniano, calificado de Catholic Atheist por su amigo el dominico Padre Richard Butler. Pero hay afinidades no electivas e inconscientes. El caso es que esta excelente antología fue seleccionada por el autor muy al final de su vida, y entiendo que lo hizo con toda libertad, así es que lo escogido es significativo en más de un sentido.

     Tuvo Ortiz una perfecta editora en Marina Bianchi, profesora de la Universidad de Bergamo. Su introducción a Pasos que se alejan es modelo de erudición y discernimiento nunca nublados por la evidente bienquerencia. Iguales méritos aparecen en el otro libro de la Profesora Bianchi que acaba de publicarse, Epistolario en verso (2012-2013) entre José Manuel Velázquez y Fernando Ortiz. En ambos ensayos aborda el interesante itinerario poético de Ortiz. Resalta la importancia del tiempo como centro de gravedad de toda su obra, pero observa que "en los primeros libros, hasta El verano de 1992, prima la nostalgia, la soledad, la tristeza y las anécdotas negativas". Más tarde, "desde Moneditas de 1996 algo cambia". Irrumpe el humor, a veces tierno y con frecuencia irónico. Tiene razón, aunque a veces nos olvidemos de esta última faceta de Ortiz. Valga esta soleá como botón de muestra:
Que nadie se llame a engaño:
lo mejor del siglo XX
ha sido el cuarto de baño.
     Cuando lo leí, le comenté a Fernando que me parecía oír ecos de Nabokov, que dijo algo parecido en una entrevista, con escándalo del periodista de izquierdas. Fernando no se acordaba de haberlo leído, pero sigo pensando en él como alguien que, a ratos, se muestra muy cercano en ideas al librepensador y reaccionario Nabokov.

     En esencia era un poeta estoico. Marina Bianchi nos recuerda lo que Ortiz dejó muy claro: “la poesía es mi profesión de fe, mi dicha y mi destino. Algo que ha dado sentido a mi vida y me ha hecho estar abierto al milagro en su acepción originaria de mirada, de visión. El milagro es una mirada que ve el lado nuevo u oculto de las cosas. Es, también, como en el «acorde» de Cernuda, «un instante que lleva en sí la eternidad»”.

     En cuanto al estoicismo, presente a lo largo de su obra, no fue en él mero recurso retórico. Le diagnosticaron cáncer de pulmón en Julio del 2010. Ese mismo año publicó su Homenaje al soneto barroco, uno de los sonetos más brillantes y sombríos de estos tiempos, al que incorpora elementos de Quevedo, Jáuregui y Rioja, y que termina con un inolvidable terceto final, muy suyo y nada amargo:
Siguiendo la común humana suerte,
a todos llegará el último día
como el último verso a este soneto.
     Un par de años después y con otro ánimo y estilo publicó El soneto que ves, donde se adivina la ironía que lo lleva a parodiar las coplas de ciego, con este otro terceto final:
Le quedan, a lo sumo, dos o tres.
¿Y qué hace el insensato? Pues cantar
y escribir el soneto que ahora ves.
     Mucho tienen en común estos dos sonetos postreros, sobre todo la entereza. Acertó Fernando en los “dos o tres” años que le quedaban de vida. Murió en la madrugada del 29 de Enero del 2014. En la víspera o la antevíspera hablé con él por teléfono larga y animadamente, como solían ser nuestras conversaciones. Empezó con la broma afectuosa frecuente en él: “¿Qué pasa, maestro?”. Ese día le contesté: “No me des coba, Fernando, que el maestro eres tú”. Ya no sé, ay, lo que me replicó, pero sí que fue un donaire, pues mi último recuerdo de su voz es alegre.

     En una cosa no estoy de acuerdo con él, y la dijo en su último artículo, aparecido póstumamente –gracias a la solícita atención de su admirada y admiradora Pilar Soldevilla- en estas páginas de la Nueva Revista (nº 148, 2014): “… la que algunos estudiosos han dado en llamar «Generación de la Transición» (pues en ella publican sus primeros libros). En esa generación, que es la mía, no hay grandes poetas…”. No podía él citar a un gran poeta, el mejor de su generación: Fernando Ortiz. Fue Il miglior fabro, el mejor artesano, por usar a conciencia las palabras de Eliot dedicadas a Ezra Pound y siglos antes por Dante a Arnaut Daniel, el inventor de la sextina, que con tan buena mano como cabeza cultivó Fernando en recuerdo del gran artesano provenzal.

     Disfruta, amigo, allá arriba en el Parnaso cuando visites a tus cuatro guías principales, Eliot, Pound, Dante y Arnaut. Dales las gracias, Fernando, no fueron malos mentores. Ni tú desaprovechaste sus lecciones.

(Se publicó como artículo en el número 150 de la Nueva Revista)













Pasos que se alejan. Antología poética 1978-2013

Fernando Ortiz
Edición crítica de Marina Bianchi. Prólogo y selección del autor
Editorial Viajera, Buenos Aires
2013













Epistolario en verso (2012-2013) entre José Manuel Velázquez y Fernando Ortiz
Marina Bianchi
Edizioni Nuova Cultura, Roma
2014

jueves, 8 de enero de 2015

Botones de muestra XXIV



     Hombre a la vez provocativo y afable en cualquiera de las tres lenguas en las que lo he oído hablar, Felipe Fernández-Armesto alcanza el grado sumo en esas dos cualidades cuando escribe. Puede sorprender, desconcertar, incluso enojar a sus lectores, pero es incapaz de aburrirlos. Al igual que su difunto amigo y compañero en Boston (Massachusetts), Samuel Huntington, pero con opiniones diametralmente opuestas, defiende pareceres tajantes con un vigor poco común pero nunca exento de ironía bienhumorada. Ambos fundamentaron sus respectivas visiones de los Estados Unidos de América con sólidos argumentos.

     En este su más reciente libro, Nuestra América, el Profesor Fernández-Armesto empieza aclarando que
     Los ciudadanos de los Estados Unidos han aprendido siempre la historia de su país como si hubiera ido conformándose exclusivamente de este a oeste. En consecuencia, muchos de ellos creen que su pasado ha creado una comunidad esencialmente -y hasta necesariamente- anglófona, con una cultura fuertemente ligada a la herencia del protestantismo radical y las leyes y valores ingleses. Los inmigrantes de otras identidades han tenido que contemporizar y adaptarse, sacrificando sus lenguas y conservando sólo un sentido residualmente diferenciador de sus peculiaridades en tanto que americanos con doble gentilicio. Los descendientes de esclavos han tenido que someterse al mismo proceso. Los nativos que precedieron a los colonos han tenido que renunciar y adaptarse.

     Continúa explicando con datos incontrovertibles que la cultura española ya estaba en lo que hoy constituye los Estados Unidos antes de la llegada del
Mayflower y que se extendió del Sur al Norte a la par que la cultura inglesa iba penetrando en la América del Norte de Este a Oeste. Así pues, la cultura hispánica no ocupó el lugar que hoy tiene llevada en el siglo XIX y XX por inmigrantes como los italianos, sino que estaba allí desde mucho antes: 
     [...] el Estados Unidos hispano abarca más que inmigrantes. Los hispanos precedieron a Estados Unidos en lo que es hoy su territorio nacional. Su presencia ha formado una parte más prolongada de la historia de esta tierra que la de ningún otro intruso del otro lado del Atlántico, incluidos los anglo-americanos.
     [...] La repulsa del multiculturalismo -que, hay que admitirlo, no funciona bien, pero debe sin duda ser alabado por funcionar aunque sea mínimamente- ha afectado profundamente a Estados Unidos, donde nunca fue fuerte y donde siempre se ha esperado que los inmigrantes arrojen su singularidad al «crisol». [...] voy a mantener que los estadounidenses no tienen por qué temer ante los cambios que hoy se están produciendo. 
     [...] Hace ya mucho tiempo que el protestantismo ha dejado de ser una tradición «americana» definidora. [...] Alrededor de una cuarta parte de los ciudadanos estadounidenses son hoy católicos.
     [...] La lengua inglesa sigue teniendo gran peso para quienes buscan principios unificadores. [...] El español es ya el segundo idioma de jure en algunas partes del país (aunque, por razones que veremos, dudo que el español vaya a ser tan privilegiado en Estados Unidos como, por ejemplo, el francés en Canadá).

     De esta manera, el profesor británico con la mitad de sangre española consigue transmitir una visión optimista y revolucionaria del futuro de los Estados Unidos. Siempre, claro está, que se cumpla con una obligación ineludible: 
     [...] es evidente que los estadounidenses necesitan repensar su historia para enfrentarse a su futuro.

     Quod erat demonstrandum.


 

Our America
Felipe Fernández-Armesto
W. W. Norton & Company
2014


Nuestra América
Felipe Fernández-Armesto
(Traducción de Eva Rodríguez Halfter)
Galaxia Gutenberg
2014



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Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa