Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: marzo 2015

miércoles, 25 de marzo de 2015

La Urraca

     Visto en el Piedemonte Segoviano

La urraca (1869), de Claude Monet. Musée d'Orsay, París

     La urraca es caníbal, ladrona y blasfema, como Nietzsche. Pero todo se le perdona por su alegre risa sarcástica, como a Schopenhauer.

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Prudente como un roble
Quis custodiet ipsos custodes

miércoles, 18 de marzo de 2015

Botones de muestra XXVI

   
     No es fácil hacer un excelente libro sobre el mejor autor de aforismos de los últimos siglos y más difícil aún es hacer una reseña aceptable de tal libro. La competencia con aforismos perfectos, donde no sobra ni falta una palabra, es insostenible. Salvo, claro está, acudir a la cita constante del autor de las máximas y convertir el libro en una antología y la reseña en una quintaesencia.

     Hay que decir en honor del Profesor José Miguel Serrano Ruiz-Calderón que no acude a la solución de facilidad y sí a analizar con rigor y humor a la vez la obra de Nicolás Gómez Dávila. Su análisis, además, pone orden en la obra del brillante pensador colombiano, que brilla en todo, como un puñado de brillantes, menos en el orden.

     El esquema de Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila queda aclarado desde el principio, en un índice que luego el intérprete español cumple con natural claridad y lealtad al interpretado colombiano. Me permito subrayar este extremo ya que me reconcilia con la prosa de los juristas españoles especializados en la Filosofia del Derecho, cuyos libros allá a mediados del siglo pasado yo frecuenté sumido en las brumas oscuras de un invencible tedio.

     Bastaría en realidad con reproducir el índice para dar cumplida noticia del contenido de la obra, pero no cumpliría entonces con la obligación de ofrecer botones de muestra de los libros que van suscitando y alimentando mi curiosidad.

     El primer capítulo, Una vida sustrato de una obra, resume lo que sabemos del culto y refinado misántropo criollo que fue Nicolás Gómez Dávila (1913-1994). No es mucho, pero suficiente para atraer al lector curioso de autores al margen de las modas literarias e ideológicas. Don Nicolás añade a esta condición otras dos circunstancias gustosas para ciertos lectores: primero no fue a ninguna universidad y luego no hizo nada por darse a conocer ni por dar a conocer su obra. Sí parece haber recibido una excelente educación secundaria en su niñez transcurrida en Francia. Dicen que estudió en un colegio benedictino, pero ello no está comprobado. En todo caso le queda en su bella prosa española la impronta de la educación francesa, que desde luego enseña a pensar. Hasta tal punto que el lector se siente tentado de ver en Gómez Dávila un autor francés que escribe en español, como Borges puede parecer un autor inglés que escribe en español. Después de todo Oscar Wilde parece un autor francés que escribe en inglés, y así ad infinitum. O ad nauseam.

     Pero no es así. Nicolás Gómez Dávila es más bien el autor -tal vez el mejor autor- de una prosa española fulgurante pero mucho más influido en el fondo de su pensamiento por los escritores franceses, ingleses y alemanes que por los españoles, y nada por los "latinoamericanos". Diríase que era un apasionado de la lengua española pero no de los escritores hispanos. Quizá pensaba, como George Borrow, que la lengua española era superior a la literatura española. En todo caso este aspecto está perfectamente documentado a través del inventario de su biblioteca, 27.582 volúmenes que corresponden a 16.935 títulos. La mayor parte de la biblioteca está en francés, 7.106 títulos que incluyen traducciones de muchos de los clásicos grecolatinos y de los rusos. En inglés había 4.937 títulos, en alemán 2.816 y en italiano 454. En versiones originales griegas y latinas había 298 títulos, y 69 títulos en portugués.

     Lo más interesante es los libros que había en español: 718 títulos, con sorpresas tales que yo no me atrevería a juzgar. Sentía afición notable por Antonio Machado. También por Azorín. Dos grandes escritores cursis. Señal, cabe suponer, de que tan sólo le importaba cómo decían lo que decían, la forma y no el fondo. Había "mucho Eugenio d'Ors respecto a obras de pensamiento". A alguien he oído comentar que Gómez Dávila no apreciaba la obra de Ortega y Gasset. Confieso que para mí son hermanos gemelos el bogotano y el madrileño, pero también en esto me equivoco.

     Dice José Miguel Serrano:

     "La descripción que de sí mismo realiza en el primer libro que publicó Don Colacho no era ciertamente complaciente, otro de los rasgos de su carácter.
     «Casi rico, casi buen mozo, casi inteligente, casi con talento; mi vida ha consistido en un perpetuo perder el tren por unos pocos minutos de retraso», Notas, pg. 162".

     Su autorretrato tiene gracia pero acaso no sea del todo sincero, sino un recurso a la ironía para poner de su parte al lector. Por lo demás, incluso si Don Nicolás no era lector habitual de Don José Ortega, aquí parece haber ecos de la famosa diatriba orteguiana contra los diplomáticos, "hombres del universal casi". Pero aquella diatriba se debía al rencor contra Juan Valera por haberse burlado de Ortega y Munilla en el acto de ingreso de éste en la Real Academia, y el párrafo de Nicolás Gómez Dávila suena a hábil táctica, ya que masoquista no era.

     Hasta ahora, tan sólo me he referido al capítulo I de este libro. Tiene cinco más, así es que no podré prestar la atención que se merece. Basta con insistir en que los títulos de los capítulos e incluso los subtítulos y aun los epígrafes subordinados son un modelo de claridad y buen orden. El capítulo II trata precisamente de lo que anuncia (Obra, bibliografía e influencias), el III (El estilo del escoliasta), el IV (Rechazo de la pedagogía y de la profesionalización de la cultura), el V (Texto o textos implícitos en la obra de Nicolás Gómez Dávila) y el VI también (Dios y la nada. La superación del nihilismo). De todo ello se desprende que este escritor lo fue de aforismos, aunque él se empeñaba en llamarlos escolios. Todos los cinco volúmenes de escolios llevan en su título "a un texto implícito". La discusión sobre a qué se refería la expresión Escolios a un texto implícito, y qué era el aludido texto, ha provocado largas discusiones. El Profesor Serrano Ruiz-Calderón recoge nueve o diez interpretaciones de las palabras "texto implícito". Mi preferencia personal es la propia de José Miguel Serrano:

     "Al final, si ese texto existe, solo puede componerse a través del conjunto de las lecturas comentadas del propio Don Colacho, es decir, no es un texto autónomo al autor sino el conjunto de textos con escolios anotados."

     Cuestión aparte es el porqué de este recurso críptico. Algunos lo atribuyen a un cierto temor del qué dirán los del mundo universitario; me parece increíble dado el gusto irrefrenable que sentía Don Nicolás al provocar a los profesores y maestros de su época, a los que despreciaba. Tal vez tampoco quería ser demasiado explícito en su discrepancia radical del mundo post-conciliar. Una cosa era escribir "Más que un cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo", y otra era dar categoría de sistema a sus constantes pero dispersas observaciones, siempre aceradas, sobre la historia de la Iglesia. Aquí el botón de muestra sería bien breve:

     "La Iglesia, al caer en la tentación del jesuitismo, comienza utilizando y acaba utilizada". (Escolios, Ed. 2009, pag. 670)

     Mucho debemos, pues, los admiradores de Nicolás Gómez Dávila a este libro y a su autor José Miguel Serrano Ruiz Calderón, que en ningún momento sacrifica la verdad en el altar de la corrección política y tampoco en el de sus convicciones tal vez más firmes.

     Por eso me atrevo a pedirle, como lector y amigo suyo, que continúe aclarando muchas dudas que quedan en el ánimo de los lectores de Nicolás Gómez Dávila.

* * *

Ayer 17 de Marzo, de madrugada, garabateé estas notas:

Quedan, sin embargo, en mi mente muchas preguntas. Me las hago a mí mismo en noches de insomnio, y se las haré a mis amigos para trasladarles los desvelos de imposible respuesta. Ahí van algunas.

¿Es N.G.D. esencialmente un hereje?

¿Existió el "texto implícito" como un monstruo tautológico?

¿Monstruo en la acepción musical de la palabra? ¿O en el sentido goyesco del sueño de la razón?

Si hereje, ¿en qué corriente herética cabe ubicarlo?

Nada New Age, claro. La horterada esotérica no era su fuerte. Las versiones mediopelo de herejías honorables antiguas como los cátaros conviene dejarlas a Dan Brown y sus epígonos.

¿Qué pretenden sus constantes avisos de la inutilidad de oponerse al pensamiento moderno? ¿Será un mensaje de prudencia o un auto-exorcismo?

Más de un lector -¿yo, por ejemplo?- se siente cómodo leyendo a N.G.D. porque disfruta del tono irónico de la melodía sin reparar en su fondo trágico.

"Don Colacho" es contemplado a veces como un personaje de la Comedia del Arte, cuando es un personaje de la tragedia griega. Patricio sombrío, su risa es a veces desgarrada. O desgarradora.

La exégesis más solvente de N.G.D. deja muchos rincones sin alumbrar. ¿Por pudor? ¿Por miedo? ¿Por simple incapacidad de emprender la exploración?

La prueba: hay escolios que se citan poco.

Y no tan sólo sus feroces denuncias de los desatinos del aggiornamento post-conciliar.

¿Y si las famosas, pero poco conocidas, tertulias de Don Nicolás hubiesen sido otra cosa? ¿Algo así como el círculo de Leo Strauss o el de Stefan George?

¿Por qué descartar el nihilismo gracias a la teofanía? ¿Y si más que teofanía hubiese sido un deus ex machina? ¿O un as de la propia manga de Don Nicolás?

¿Será ésta la razón por la que nadie se ha atrevido a hacer algo tan fácil como un índice temático de los escolios?... con un simple ordenador...













Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila

José Miguel Serrano Ruiz-Calderón
Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona
2015

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Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
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Citas desde la caverna (V): Nicolás Gómez Dávila

miércoles, 4 de marzo de 2015

Más sobre democracias y distopías

     Sorprende ver que ya en 1835, cien años antes de la distopía de Aldous Huxley, Brave new world, o Un mundo feliz, hubo quien pensó en lo que ocurriría si una civilización nueva tutelase en todo a los ciudadanos: "¡Ah, si pudiera evitarles del todo la molestia de pensar y el dolor de vivir!", exclamaba inquieto Tocqueville. Debo a mi amigo Joaquín Torrente García de la Mata, que en otras ocasiones ha aclarado asuntos que interesaban en estas páginas, esta nueva entrada.

Tocqueville y la democracia

Por Joaquín Torrente García de la Mata

Alexis de Tocqueville, por Chasseriau.
Palacio de Versalles

     Si se habla de Ortega y de la democracia es inevitable hacerlo también de Alexis de Tocqueville, a quien nuestro filósofo dedicó unos apuntes que se publicaron con carácter póstumo bajo el título “Tocqueville y su tiempo”. Tocqueville, quien según Ortega era incapaz de escribir por escribir, contempla los acontecimientos históricos y la conducta de los pueblos sin prejuicio ni pasión, y tras un lúcido e inteligente análisis establece unas conclusiones que se imponen con la inexorable fuerza de la lógica.

     Tocqueville vio con lucidez que, después de la Revolución, la organización de la vida política en democracia sería el mayor problema de la humanidad, y que este sistema de gobierno se perfila como una peligrosa encrucijada que puede conducir a la libertad pero aún con mayor facilidad al despotismo.

     Y es que el poder en los regímenes democráticos tiende a ser absoluto: "il n'y a rien de si irrésistible qu'un pouvoir tyrannique qui commande au nom du peuple, parce que étant revêtu de la puissance morale qui appartient aux volontés du plus grand nombre, il agit avec la décision, la promptitude et la ténacité qu'aurait un seul homme", dice en su célebre "De la démocratie en Amérique". (Libro I, II, v).

     Y más adelante se cuestiona si está en contradicción consigo mismo: “Considero impía y detestable la máxima según la cual en materia de gobierno la mayoría de un pueblo tiene derecho a hacerlo todo, aunque emplazo en la voluntad de la mayoría el origen de todo poder”. La solución estriba en limitar y moderar dicho poder: “Je pense donc qu’il faut toujours placer quelque part un pouvoir social supérieur à tous les autres, mais je crois la liberté en péril lorsque ce pouvoir ne trouve devant lui aucun obstacle qui puisse retenir sa marche et lui donner le temps de se modérer lui-même” (“De la démocratie en Amérique”, Libro I, II,cap. vii).

     El pensamiento del jurista francés es tan nítido y está tan precisamente formulado que debe ser leído en su formulación original, sin ayuda de intermediarios ni glosadores. Pero sí me gustaría destacar en Tocqueville la descripción profética del futuro de los pueblos en el Capítulo VI del Libro II: “Quelle espèce de despotisme les nations démocratiques ont à craindre”. Allí leemos: «El tipo de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá a nada de lo que le ha precedido en el mundo: nuestros contemporáneos no podrían hallar esa imagen en sus recuerdos. Yo mismo busco en vano una expresión que reproduzca exactamente la idea que me hago de ello y que lo exprese; las viejas palabras de despotismo y tiranía ya no sirven. La cosa es nueva. Hace falta, pues, intentar definirla, puesto que no soy capaz de darle nombre. Si trato de imaginar cuáles puedan ser los nuevos rasgos con los que pueda llegar a implantarse el despotismo, veo una multitud ingente de hombres semejantes e iguales que giran incesantemente sobre sí mismos a la busca de pequeños y vulgares placeres, con los que satisfacen las necesidades de su alma. […] Por encima de ellos se eleva un poder inmenso y tutelar que es el único que se encarga de asegurar su disfrute y de velar por su suerte. Sería como la patria postestad si, al igual que ella, tuviese como finalidad preparar a los hombres para la edad viril; mas, muy al contrario, no persigue otra cosa que fijarlos irrevocablemente en la infancia; lo que desea este poder es que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar; se esfuerza de buen grado en hacerlos felices, pero quiere ser el único agente y el único árbitro; se ocupa de su seguridad, sale al paso de sus necesidades, las cuales resuelve, facilita sus goces, gestiona sus principales asuntos, dirige su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias. ¡Ah, si pudiera evitarles del todo la molestia de pensar y el dolor de vivir!”

     Después de haber amaestrado al individuo, continúa Tocqueville, el nuevo soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera; cubre su superficie de una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes a través de las cuales los espíritus más originales y las almas más vigorosas no sabrían abrirse camino; no quebranta las voluntades pero las ablanda, las pliega y las dirige; rara vez obliga a actuar pero se opone sin cesar a que se actúe; no destruye, sino que impide que algo nazca; no tiraniza, entorpece, comprime, enerva, apaga, adormece, reduce cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, de los que el gobernante es el pastor.

     Este régimen de servidumbre, continúa diciendo, es compatible con algunas formas externas de libertad; no tiene dificultad para conciliarse con la soberanía del pueblo.

     “Nuestros contemporáneos se ven asediados por dos pasiones contrarias: sienten a la vez la necesidad de ser guiados y el deseo de ser libres. Al no poder destruir estos instintos contrarios, se esfuerzan en satisfacer ambos. Imaginan un poder único, tutelar, omnipotente, pero elegido por los ciudadanos. Concilian la centralización del poder con la soberanía del pueblo. Se consuelan de estar bajo tutela, pensando que han escogido a sus tutores. Todo individuo soporta que se le ate, porque no es un hombre ni una clase social, sino el pueblo mismo, el que sujeta la cadena”.

     “Dans ce système –concluye- les citoyens sortent un moment de la dépendance pour indiquer son maître, et y rentrent”. La conclusión es devastadora: “Es imposible pensar que un gobierno liberal, enérgico y sabio pueda emanar jamás de un pueblo de siervos. Los vicios de los gobernantes y la imbecilidad de los gobernados no tardarán en traer la ruina, y el pueblo, cansado de sus representantes y cansado de sí mismo creará instituciones más libres o volverá, más bien, a postrarse a los pies de un único amo”.

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